Isaura López Villaseñor
La maternidad es una de las experiencias más impactantes de mi vida, pero aún más lo ha sido el proceso de la crianza de mis hijos.
En alguna ocasión mi esposo enseñaba sobre que el varón de Dios se perfeccionaba en la paternidad; de igual forma considero que la crianza de los hijos es una de las oportunidades que Dios nos da para perfeccionarnos en Cristo.
Cuando te conviertes en madre (o padre), te conviertes en el ser responsable de otro ser humano, un ser humano que se construye a partir de sus relaciones sociales donde tiene lugar el aprendizaje y desarrollo. Estas primeras relaciones sociales de un niño son las que establece con sus padres, estas relaciones están cargadas de motivos que dan luz a las acciones. Las acciones que permanecen en el tiempo se transforman en hábitos.
Los niños necesitan crear hábitos, desde los más sencillos y necesarios para la vida cotidiana como lavarse los dientes, lavarse las manos antes de comer, bañarse, etc. hasta los más profundos como orar, expresar y regular sus sentimientos-pensamientos, ayudar a otros, etc. Estos hábitos no se logran solos, se logran a través de las vivencias. Cuando los hijos son pequeños, los padres somos los responsables del ambiente donde tienen lugar estas vivencias y de ser para ellos un ejemplo congruente, amoroso y seguro.
Lo más maravilloso de las relaciones en la crianza es su cualidad dialéctica, es decir, se trata de una conversación, de un diálogo, de un intercambio entre dos seres que comunican y escuchan activamente. En ese intercambio no solo nuestros hijos observan nuestras acciones y palabras; sino que podemos observar sus acciones y sus palabras para enriquecernos con ellas. Ellos verán los principios de Dios a través de nuestros hábitos diarios, en nuestra forma de relacionarnos como familia, en lo que decimos y no decimos, en lo que hacemos y lo que dejamos de hacer; y a su vez, podemos ver a Dios en lo que ellos hacen y dicen.
Cuando veo a mis hijos interactuar entre ellos, cuando escucho cómo se explican sus miedos y sus retos; quién es Dios y cómo lo experimentan; cuando veo como se maravillan de lo más simple y agradecen el más mínimo detalle, esos pequeños me animan. Ellos aman a Dios con una confianza completa, sin reservas y con la seguridad de su existencia.
Esta oportunidad que Dios nos da de criar hijos es humanamente agotadora, pero a la vez es exquisita, nos permite entender el amor incondicional del Padre, su misericordia y su gracia.
No somos salvos por lo que hacemos, pero lo que hacemos habla de la gracia que hemos recibido y de la transformación de la cual somos resultado.
Efesios 2:10 (NVI) dice:
“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica”.
La crianza es una oportunidad de poner en práctica estas obras que Dios dispuso de antemano. Hace unos días leí algo que me hizo reflexionar a propósito de la escritura de este texto: “Mis hijos necesitan ver a Cristo en mis acciones; no solo escuchar sobre él en mis palabras”.
Si eres madre o padre entenderás esta experiencia agotadora y exquisita; te animo a seguir adelante, los padres no somos perfectos, pero tenemos la oportunidad de ser mejores personas en Cristo. Disfruta la oportunidad de Dios para transformar tu vida.
¡Dios te bendiga!