Espiritualidad para la vida real

Abel Pichardo Barreto

Cuando recién me convertí al cristianismo, era un joven de unos 18 años aproximadamente. Recuerdo que mi travesía comenzó con una gran curiosidad por entender más y más los “misterios” de esta nueva religión en la cual incursionaba. Conocer más acerca de la Biblia, aprender las bases teológicas de mi fe, leer todo lo que pudiera con tal de aprender cada vez nuevas cosas, hasta me enlisté en un seminario en la ciudad de México.

Lo curioso es que los primeros diez años de mi fe cristiana, fue todo o mayormente acerca de la información que podía poseer y coleccionar en mi “tanque de combustible cristiano”, para mí, cuanto más sabia o me informaba de asuntos teológicos y/o religiosos cuanto más cristiano me volvía. Por supuesto en medio de esa tarea informativa, no podían faltar aprender sobre los asuntos más importantes de la moral cristiana, cosas como dar buen testimonio, buen fruto, poner la otra mejilla, no pagar mal por mal, etc.; así también, poseer las grandes virtudes cristinas como la humildad, la templanza, mansedumbre, misericordia y muchas más que podemos listar.

Todas esas cosas que, por supuesto, fueron parte de la vida de Jesús y que tanto admiramos y son ideales nobles que podemos perseguir como creyentes. Sin embargo en mi proceso informativo, ya lo dije, se había quedado de lado, un proceso formativo, por más que me instruía y leía sobre esto o aquello, mi carácter, mi voluntad, mi yo interno seguía casi tan distante como al principio de esos ideales y conductas que tanto quisiéramos alcanzar y poseer, yo no comprendía por qué. Era frustrante tener el conocimiento de lo que se suponía que tenía que hacer, decir y sentir y en la práctica, todo lo opuesto.

Me había vuelto un cristiano, en el mejor de los casos, bien informado, pero no me había convertido en un cristiano bien formado, mis intenciones eran muy buenas, me esforzaba por todos los medios para comportarme prudentemente y mucho más delante de los demás, ser un ejemplo digno y modelo de bunas obras.

Pronto, todo lo que se arremolinaba y acumulaba en mi interior dejaría de ser contenido y emergería a la superficie, tarde o temprano. Por cierto, un interior intacto, en el cual todas esas verdades que aprendía constantemente no habían llegado a lo más profundo de mi ser, donde el eco y las memorias de mi vida, de mi historia, mi experiencia, mis heridas, mi crianza, mis relaciones familiares y todo aquello cuanto nos moldea en la persona en la que nos convertimos con el paso tiempo, aun seguía en espera de ser formada.

Abandoné mi fe, renuncié a mi ministerio y a todo cuanto creía. Después de un tiempo de vagar errantemente, finalmente la gracia de Dios me encontró nuevamente, pero esta vez iba a comenzar una revuelta interior, despojarme de todas las fachadas externas que había aprendido a usar con el tiempo y confrontarme con mi realidad. Había mucho dolor acumulado, heridas, enojo, sentimientos fuera de control y más. El propósito de Dios esta vez era formarme.

Hay mucho más que podemos platicar sobre el proceso en el que Dios me metió y aun me mantienen en el, pero una de las cosas más cruciales que cambiaron de dirección mi vida fue comenzar a entender que estaba incompleto lo que había aprendido por años como el fin último de la cruz de Cristo, el perdón de nuestros pecados y así salvar el “pellejo” de ir infierno. Entendí que el perdón no era el fin, sino era un medio para un fin aun mayor, la restauración.

¿Restauración? Jesús dijo: “Si me has visto a mí, has visto al padre”, pablo llamó a Jesús “la imagen del Dios invisible” y además nos insta a ser conformados a la “estatura de la plenitud de Cristo”. Sospecho que nos está llamando a algo más que informarnos sobre las cosas divinas, más bien, a ser formados en ellas a ser restaurados por ellas.

La definición que Dallas Willard nos ha ofrecido sobre espiritualidad en su libro El espíritu de las disciplinas, está muy relacionada con esta idea de restauración, y es entre otras cosas fantástica y muy simple. Dice que “la espiritualidad es la calidad integral de la vida humana como fue prevista”. Es una espiritualidad que restaura y funciona en la vida real, que nos permite experimentar interna y externamente el regreso a la imagen de Dios en nuestras vidas y no solo perdonar nuestras pecados, lo cual es parte del proceso. 

He venido a darles vida y vida en abundancia” nos dijo el maestro. Claramente no entendieron a lo que se refería muchos de su tiempo y muy probablemente muchos otros del nuestro tampoco, incluido yo mismo. Por eso, vivir la vida del reino que Dios previó para nosotros hoy y no solo para la eternidad, ha dado completamente propósito y sentido a mi existencia, a lo que soy y hago, aunque ese proceso o viaje siempre continúa.