Leonor Rojas
De un tiempo a la fecha he estado buscando la forma de aprender a cultivar mis propias hortalizas, supongo que algo debe tener que ver el hecho de que mis ancestros se dedicaron a la agricultura en Guanajuato hace muchos años, pero la pobreza de la región obligó a migrar a mis abuelos, llegando muy jóvenes mis padres a la Ciudad de México en busca de una mejor situación económica y abandonando sus tierras tristemente hace más de 50 años; quizá por esto siento un profundo amor a la tierra y a quien la cultiva, y quizá también esto me llevo a participar recientemente en un Campamento de Restauración de Ecosistemas en San Miguel de Allende, México, justo en la zona geográfica donde nacieran mis padres y toda su familia. Vía Orgánica y Ecosystem Restoration Camp se unieron para llevar a cabo este campamento donde conocí entre muy buenas y trabajadoras personas al documentalista internacional, cineasta y científico de suelos John D. Liu, quien ha dedicado los últimos 25 años al estudio, documentación y la promoción de la restauración de ecosistemas a gran escala en todo el mundo.
Su llegada a este campamento era muy esperada por lo que atentamente escuche lo que tenía que compartirnos, la forma en que de acuerdo a su experiencia el nos recomienda restaurar el suelo dañado es más simple de lo que me imaginé, el se refirió inicialmente a las personas, piensa que en general somos buenas, pero el sistema es el erróneo, entender la diferencia de lo que necesitamos y lo que deseamos es la clave para evitar el consumismo que se incrementa exponencialmente en los últimos tiempos; para Jonh D. Liu, todos podemos hacer algo, no necesitamos ser científicos de suelo no es con el EGO que se restauran los suelos, no necesitamos demostrar nada; por el contrario se necesita una participación masiva, involucrarse, compartir, pertenecer a un equipo colectivo, vivir los campamentos de restauración, dejar de ser consumidores y vivir con amor; y efectivamente, vi y viví como con amor se prepara el suelo, como se quita la mala hierba desde pequeña, y como hasta los grandes árboles tienen en sus copas hierbas dañinas que es necesario quitar; la preparación de la composta por diferentes métodos es un poco intensa, pero necesaria y fui testigo de mucho trabajo en equipo, todos con humildad y amor trabajamos intensamente, unos enseñando y otros aprendiendo, todos dando lo mejor de cada quien; hasta las cabras y las gallinas colaborarón también en esta rehabilitación del suelo, inclusive las enfermas son tratadas con delicadeza administrándoles remedios naturales hasta que sanan; todas las mañanas cada área del huerto era regada, y cada semana una preparación especial de composta era administrada, las hortalizas listas eran cortadas diariamente con cariño y se recolectaban para lavarse y empacarse para su distribución; esas hermosas hortalizas ahora, un día fueron diminutas semillas preparadas en almácigos para después ser trasplantadas y cuidadas amorosamente; realmente aprendí tantas cosas tan sencillas, vivir con muy poca agua, poca luz, e internet y usar mis manos para facilitar la vida de otros en un suelo que estaba tratando de ser restaurado, pero al final de esta experiencia extraordinaria me quedo con la conciencia plena que es un trabajo diario, que siempre hay algo que podemos hacer para restaurarnos diariamente, que colaborando en equipo permitiendo la ayuda de otros y ayudando a otros, alimentando nuestra alma con el amor de Dios, con su palabra, con el amor de las personas que nos alimentaron, de quienes nos enseñaron a usar nuestras manos para restaurar un suelo, a quienes nos mostraron su generosidad de tantas formas, a la hermosa salida del sol y su puesta diaria, a la belleza de las plantas, a los animales, gracias a todo esto sin duda también estaban restaurando mi alma.
Al regresar a casa, no dude en aplicar lo aprendido, las semillas de arúgula que tanto cuide no crecieron y finalmente murieron; en cambio la cosecha de los jitomates cherry fue suficiente para disfrutar una deliciosa ensalada, el cilantro y la yerbabuena compartieron muy bien la maceta, sin embargo será necesario trasplantar la lechuga a un suelo rico en nutrientes, tristemente el epazote y la hoja santa fueron infectados por una plaga aunque no pierdo la esperanza de recuperarlos, pero entendí que los descuide, que no preste atención a lo que les hacía falta, que me faltó nutrir la tierra, que no coloqué suficiente agua.
Y entonces entendí lo que Dios me decía a través de su palabra en la parábola del sembrador, Marcos 4:
“Sucedió que al esparcir Él la semilla, una parte cayó junto al camino, y llegaron los pájaros y se la comieron. 5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, sin mucha tierra. Esa semilla brotó pronto porque la tierra no era profunda; 6 pero, cuando salió el sol, las plantas se marchitaron y, por no tener raíz, se secaron. 7 Otra parte de la semilla cayó entre espinos que, al crecer, la ahogaron, de modo que no dio fruto.8 Pero las otras semillas cayeron en buen terreno. Brotaron, crecieron y produjeron una cosecha que rindió el treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno.”
Y es que el proyecto del Reino de Dios es sembrar amor, fraternidad, perdón, justicia, solidaridad; el sembrador siembra la palabra, algunos la acogemos con alegría, pero al no tener raíces somos inconstantes, otros la escuchamos pero el día a día de la vida nos invaden y terminan ahogando la palabra, otros dan una cosecha del 30, 60 o el 100 %.
Jesús me invita a poner toda mi energía en lo positivo, a usar todas mis capacidades y talentos para dar fruto de las semillas que Él siembra en mi vida semillas de amor, de perdón, de justicia y solidaridad, a preparar mi alma como el suelo antes de la siembra, a regarla con su palabra, con acciones de amor hacia los demás y estar atenta a las plagas, a la falta de nutrientes para que den un buen fruto, me invita a colaborar en equipo para que muchos demos fruto. Agradezco profundamente los aprendizajes a través del regalo de estas experiencias extraordinarias que me facilitan su entendimiento.
Semillas de tu Reino
Esta breve semilla de tu Reino,
en cada uno tiene su cadencia,
su ritmo personal de crecimiento, hasta elevar sus ramos sobre tierra.
Tú, sembrador, aguardas el mañana sin perder la esperanza y la paciencia. No tiras de los tallos más pequeños para que todos, igualados, crezcan.
Pero sí te señalas en cuidados
donde es más pobre y áspera la gleba, comprensivo de cómo la simiente debe luchar para granar tu espera.
A veces, ¡ay de mí! débil matojo,
envidio a los que ya la espiga muestran, o desprecio a las otras hierbecillas
que en tu trigal a despuntar empiezan.
No consigo aceptar, aunque lo vivo, que tu Reino frutece en forma lenta. Me fascina lo fácil, lo inmediato,
lo que se alcanza sin sudor ni pena.
Siéntate junto a mí, las plantas aman la lluvia fiel de tu Palabra eterna,
y enséñame a esperar con alegría
el momento estival de la cosecha.
(Luis Carlos Flores Mateos)