Abel Pichardo
Hace poco más de un mes, un buen amigo mío me envió un mensaje de texto por la madrugada, donde reflexionaba sobre su propia travesía interior y lo difícil que es en ocasiones verse a sí mismo con los ojos con los que Dios nos mira y como esto distorsiona muchas veces nuestro sentido de identidad.
Ese mensaje madrugador, me regaló un precioso momento de oración y comunión con Dios y un nuevo entendimiento de quien soy. No pude, por supuesto, evitar reflexionar lo difícil que ha sido para mí mismo percibirme con los ojos de amor, gracia y misericordia con los que Dios me mira. La vergüenza, la culpa, el desapruebo personal, son siempre una tentación latente con la que tengo que lidiar constantemente.
Como parte de mi propio peregrinaje espiritual, en momentos de incertidumbre cuando no sé quién soy, aprendí gradualmente a mirarme con los lentes de aquellas cosas buenas que tengo, mis fortalezas, los dones, talentos, habilidades y virtudes que Dios me ha dado al crearme a su imagen y semejanza. Algo que ha sido vivificante, ciertamente. Sin embargo esa madrugada. Algo más estaba por descubrir.
Ese mensaje me llevó inmediatamente a un pasaje del apóstol Pablo muy conocido, 2 de Corintios 12:6-9:
Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
Descubrí que este pasaje, es un poderoso texto que nos enseña un sentido más profundo de identidad. Podemos ver a Pablo que ha agrandado su percepción de sí mismo. Comienza diciendo que si él quisiera gloriarse no sería insensato, porque sería cierto. Y es verdad, porque Dios nos ha dado gloria, nos ha hecho a su imagen y llevamos con nosotros mismos los destellos propios de su grandeza.
Pero, ¿Qué hay de aquellas áreas de nuestras vidas no tan agradables o deseables, de aquellas áreas que nos causan vergüenza o culpa y que a veces juzgamos y despreciamos de nosotros mismos? Pablo le da un nuevo matiz y concluye este pasaje diciendo que aun cuando aun podemos encontrar consuelo en aquellos destellos de luz en nosotros, de buena gana, él se gloriará más bien en sus debilidades, para que el poder de Dios repose en él.
Comprender que nuestra identidad sigue intacta aun en medio de nuestras debilidades y más aun, que parte de nuestra esencia e individualidad provienen de estas, pues el poder de quien nos creó se hace presente en ellas, es liberador y muy poderoso.
Entender quien soy por lo que hago bien, por mis dones y talentos, es excelente, pero entender que quien soy hoy es suficiente para Dios y que tanto mi grandeza como mi pequeñez, tanto las zonas sombrías de mi vida, como el oro, son por igual motivos de gloria, nos permite percibirnos como somos, plenamente humanos y plenamente vivos.
Dios nos ha diseñado con la capacidad de ser auténticamente quienes somos, y vivir en plenitud y abundancia, en medio de nuestra realidad completa, una realidad de 350 grados. Con nuestras fortalezas y debilidades como parte fundamental de quienes somos, de nuestra individualidad y de una identidad inamovible, ambas dignas de gloria delante de Dios.