John Stott, Jorge Atiencia, y Samuel Escobar, Así leo la Biblia: Cómo se forman maestros de la Palabra, ed. Adriana Powell, 1a edición (Barcelona;Buenos Aires;La Paz: Certeza Unida, 1999).
Samuel Escobar
1. La maravillosa narración de Dios
T rato de imaginar lo que sería mi vida sin la Biblia y me resulta imposible. Identidad, sentido de dirección, validez final de lo que soy y hago, todo depende de la Palabra que ha acompañado mi camino desde que tengo conciencia. Mi relación con Dios y Jesucristo es a través de esta Palabra, la Biblia.
El recuerdo más remoto que tengo de la Biblia es el de haber escuchado y memorizado versículos, aun antes de saber leer y escribir. Primero en el hogar, antes de dormir; luego en la escuela dominical, donde el maestro insistía en ese ejercicio de memorización, característico de la niñez evangélica de mi generación.
El castellano sonoro y rico de la vieja versión Reina– Valera es el que los evangélicos de mi generación guardamos en los lugares más recónditos de la memoria. Y de allí regresa muchas veces, cuando menos lo esperamos, con frecuencia en momentos decisivos: ‘Alzaré mis ojos a los montes…’ ‘La blanda respuesta quita la ira…’ ‘Aunque ande en valle de sombra de muerte…’ Las palabras grabadas en la memoria se constituyen en un sedimento dentro del cual arraigan las experiencias que vienen después.
En el colegio al que asistí nos daban una hora de enseñanza bíblica todos los días; la maestra usaba ingeniosos recursos para hacer atractiva la enseñanza. De veras fui privilegiado. Recuerdo la fascinación que me producían las historias y los personajes bíblicos: Moisés, David, Sansón, Daniel, Pedro, Pablo y, por supuesto, Jesús.
Pescadores de perlas
Cuando uno empieza a leer más por cuenta propia, empieza el ejercicio hermenéutico más complejo. Los maestros se habían encargado de adaptar las historias de manera que tuvieran sentido para la mente infantil. Sin embargo, al comenzar a leer por mí mismo tropecé con las dificultades de vocabulario y de significado. Algunas de aquellas dificultades sólo se resolverían muchos años después, sea por el estudio o por el aprendizaje que da la vida. Agradezco a Dios porque, a pesar de las dificultades, no abandoné el Libro.
Se formó en mi iglesia un grupo de ‘pescadores de perlas bíblicas’, un programa que venía de la Unión Bíblica en Argentina. Consistía en leer y explorar un texto, y responder a una pregunta. Al enviar la respuesta, pasábamos a formar parte de un club, comprometiéndonos a pescar una perla por día, es decir, a leer un pasaje bíblico por día. No recuerdo cuánto tiempo seguí pescando perlas, pero fue una buena iniciación en la costumbre de la lectura personal diaria de la Biblia.
Cuando estaba terminando la secundaria, tuve como maestro de escuela dominical a Francisco Valdivia, un hermano sencillo y humilde que era alumno de la universidad, y gran lector; sobre todo, nunca se asustaba de nuestras preguntas. Conversábamos largamente en la iglesia sobre pruebas de la existencia de Dios y sobre los conflictos entre la ciencia y la fe. Él fue un amigo y confidente por el cual tuve un gran respeto y por cuya memoria doy gracias a Dios. Él me pasó el libro El sentido de la vida, de Juan A. Mackay, y los primeros ejemplares de la revista dirigida por Alejandro Clifford, Pensamiento Cristiano, de la cual yo llegaría a ser redactor.
El método inductivo de estudio
Tuve excelentes profesores en la universidad, que nos enseñaron a analizar e interpretar todo tipo de textos; nunca se me había ocurrido aplicar estas herramientas a la comprensión del texto bíblico, aunque seguramente lo hacía en forma inconsciente.
La aplicación consciente vino cuando, estando en cuarto año, conocí a Ruth Siemens y con ella descubrí la aventura del estudio inductivo de la Biblia. Básicamente consiste en tres pasos: observar con precisión el texto, interpretar su mensaje, y aplicarlo a la vida personal. Encontré a esta misionera con su inmensa Biblia sobre la mesa, y sus herramientas: libros, manuales bíblicos y un diccionario. Había además varias tarjetas de archivo con el fruto de su trabajo de esa noche en la Carta a los Romanos, y una caja en la cual ya había cientos de tarjetas ordenadas según libros de la Biblia. La explicación de lo que hacía me apasionó.
Una vez que había llegado a una comprensión razonable del texto, Ruth preparaba una guía para el estudio en grupo. La guía era una serie de preguntas y ayudas que, mediante el diálogo, conducirían a los participantes a captar la verdad contenida en ese pasaje bíblico. Esa guía y el método de usarla son el estudio inductivo en sí mismo. Sin un trabajo previo con las herramientas adecuadas, el estudio inductivo se reduce a un intercambio de opiniones diversas y aventuradas. Me gustó tanto el método que decidí hacer mi propio resumen, ‘a la criolla’. Lo reprodujimos a mimeógrafo y ella lo mandó a sus contactos en otros países. ¡Qué sorpresa grata tuve tiempo después, cuando recibí una edición prolija de mi folleto!
¿Qué fue lo que me atrajo del método? ¿Por qué me gustó tanto? Creo que lo que descubrí en esa ocasión fue una excelente herramienta para explorar sistemáticamente el contenido bíblico, que es como una rica mina de la cual se puede sacar gran número de bosquejos. Lo más interesante de hacer este trabajo en grupo era que se podía avanzar mucho en la comprensión del texto antes de acudir a comentarios o explicaciones de otros. Era sorprendente observar cómo muchachos y chicas de la universidad, poco familiarizados con la Biblia, gracias al proceso participativo empezaban a entender el mensaje central del evangelio.
Esta aproximación al estudio y comunicación de la Biblia se enriqueció mucho con mis primeras experiencias como maestro, tanto en la escuela primaria común como en la escuela dominical. El esfuerzo por ser claro, conciso y concreto, y la necesidad de adaptarme con humildad a la capacidad de comprensión de los niños tuvieron influencia en mi enseñanza y predicación en todos los otros niveles y ambientes. Fue justamente la capacidad de exponer con claridad y concisión lo que me llevó a admirar a maestros de la Biblia como John Stott y William Barclay.
Modelos
A fines de 1959 dejé la docencia y acepté la invitación a trabajar como asesor itinerante para los grupos estudiantiles en la CIEE.* Entré a formar parte de una ‘familia’ entre cuyos miembros una nota distintiva era el cariño y la seriedad con que se acercaban a la Palabra de Dios. En ese momento habían empezado a surgir en el ámbito de Gran Bretaña biblistas como F. F. Bruce, Donald Wiseman y John Stott, que tenían una formación rigurosa desde el punto de vista académico y al mismo tiempo eran muy evangélicos. Con esto quiero decir que partían de un respeto profundo por la autoridad de la Biblia, y practicaban un estilo expositivo riguroso y a la vez muy pastoral. Conocerlos, escucharlos, saber que eran parte de la misma familia, orar con ellos, tomar sus cursos en campamentos y conferencias, leer o traducir sus libros, fue sin duda una experiencia de formación única que fortaleció mi entusiasmo por la Biblia y amplió mis recursos para la evangelización y la enseñanza.
Otra experiencia rica fue la de reunirnos alrededor de la Palabra con mis colegas de equipo en América Latina: René Padilla, Pedro Arana, Felicity Houghton, Wayne Bragg, Ruth Siemens, John White. A veces de manera espontánea y a veces como fruto de un plan cuidadoso, tuvimos memorables experiencias de estudio inductivo. No era una simple gimnasia cerebral y conceptual. Era una confrontación vigorosa entre Palabra y vida, letra y Espíritu.
Creo que esta experiencia de estudio en grupo es una expresión del sacerdocio universal de los creyentes, ese principio que redescubrió la Reforma Protestante. Aunque reconocemos el llamado de algunos a la tarea docente en la iglesia, al mismo tiempo sabemos que el Espíritu y la Palabra les han sido dados a todos en el pueblo de Dios. Hay un ministerio de los maestros, pero también hay un aprendizaje mutuo muy enriquecedor, tanto en un grupo o reunión casera como en la iglesia local. El estudio de tipo inductivo es una herramienta que, si se usa bien, facilita el aprendizaje en comunidad.
En 1960, salimos del Perú con mi esposa, Lilly, para ir a trabajar en la Argentina, en Ediciones Certeza. Su director, Alejandro Clifford, se volvió mi mentor y padre adoptivo. Con él descubrí a William Barclay, el gran biblista escocés. Barclay era un maestro en el arte de convertir el estudio bíblico en algo interesante. Aprovechaba su erudición para encontrar detalles pintorescos e historias amenas. Cuando en sus comentarios excursionaba por el griego, no era para darle respetabilidad académica a su texto sino más bien para hacerlo más comprensible.
Otros biblistas que me ayudaron mucho fueron Oscar Cullman, especialmente sus trabajos sobre cristología, y Joachim Jeremias, de quien me encanta su estudio sobre el mensaje central del Nuevo Testamento y sobre Jerusalén en los tiempos de Jesús. Los norteamericanos de la llamada teología bíblica, como Paul Minear y John Howard Yoder también me han ayudado en la comprensión de las grandes líneas de la enseñanza bíblica.
De algunos autores católicos europeos como Amadeo Brunot, Albert Gelin, Romano Guardini, Daniel Rops y Giuseppe Ricciott aprendí mucho en tres aspectos: cómo presentar el material bíblico de forma creativa, la importancia de los géneros literarios de la Biblia y cómo poner al alcance del lector común los resultados del estudio crítico.
Palabra divina y humana
La lectura de los biblistas católicos nos enfrenta, tarde o temprano, a la cuestión de Biblia y tradición. Cuando los evangélicos decimos que la Biblia es nuestra regla de fe y conducta, y que su autoridad está por encima de la tradición, no queremos decir con ello que nosotros no tenemos una tradición evangélica. Nosotros aceptamos los credos clásicos de la iglesia y las confesiones de fe evangélicas. Incluso nuestra generación ha participado en la forja de documentos, como el Pacto de Lausana.
Lo que queremos decir es que cuando nos acercamos a la Biblia estamos dispuestos a escuchar a Dios y, si es necesario, a revisar nuestras tradiciones y confesiones, ya que nunca debiéramos poner a estas por encima de la Palabra.
Los evangélicos reconocemos que la Biblia es palabra divina y también humana. Creemos que el Espíritu de Dios inspiró a los autores y que, mientras escribían, estos seguían siendo seres humanos. La historia de cómo se formaron algunos de los textos puede ayudar a comprender mejor lo que dicen. A mí se me abrió todo un nuevo horizonte al empezar a leer a Pablo no como si hubiese sido un profesor de teología sino como lo que en realidad era: un misionero. Me ayudó mucho a entender la Carta a los Romanos, por ejemplo, empezar por comprender la situación misionera y pastoral que describe el capítulo 16.
El desafío del contexto
Trabajando en el ámbito estudiantil en las décadas del sesenta y setenta no pudimos dejar de sentir la urgencia social y la fuerza ideológica del contexto, del que salían las preguntas para las cuales los estudiantes buscaban respuestas en la Palabra.
Nos dimos cuenta de que en círculos evangélicos se había guardado silencio sobre asuntos que eran de capital importancia en la Biblia, y que no podíamos evadirlas más. Es muy importante que sepamos con qué preguntas nos acercamos al texto y por qué. Pero por otra parte es importante que no nos apoderemos del texto para manipularlo a nuestro gusto sino que estemos abiertos a la forma en que ese texto nos interpela, nos desafía, nos corrige.
Al tomar conciencia de la variedad y unidad de la Biblia y de sus grandes temas traté de ayudar a los líderes estudiantiles, en quienes veía un conocimiento muy fragmentario de la Palabra: pedacitos de aquí y de allí, sin una visión del todo. El énfasis en lo inductivo, en ir de lo particular a lo general, debe ir de la mano con la noción de que los grandes credos y sistemas teológicos son esfuerzos por captar la totalidad de la fe recibida. Cuando tenemos la perspectiva del todo, la aproximación a las partes puede ser mucho más rica.
La aventura de leer la Biblia
Un horizonte nuevo se me abrió cuando empecé a prestar atención más cuidadosa a los diferentes géneros literarios en que está escrita la Biblia. Recuerdo que en un campamento tuvimos una serie de estudios sobre los Salmos, y empezamos por tratar de que los jóvenes gustasen de la poesía, que recitasen y escuchasen cosas de Borges o de Atahualpa Yupanqui. Así sensibilizados hacia las características de la métrica, el ritmo y las imágenes en lo poético, pudimos apreciar mejor los Salmos.
El hecho es que la Palabra de Dios es al mismo tiempo una y multiforme. Entre los autores del Antiguo Testamento, por ejemplo, tenemos cronistas de la historia de su pueblo, compiladores de proverbios, poetas de la vida espiritual, profetas y líderes que dejaron testimonio de su relación con Dios. Entre los escritores del Nuevo Testamento, algunos reunieron datos con la paciencia y minuciosidad del historiador, otros escribieron cartas a las iglesias que iban fundando, y otros se dieron a la tarea de poner por escrito su predicación.
Para entender esta Palabra, al mismo tiempo una y diversa, necesitamos prestar atención a las palabras de la Biblia misma, y también familiarizarnos con el contexto del cual surgieron. No todo lo escrito se lee de la misma manera. La carta de una persona querida se lee muchas veces, tratando siempre de descubrir entre líneas alguna cosa que se nos puede haber escapado en lecturas anteriores. Un libro de relatos se lee prestando atención a los personajes y muchas veces comparando sus aventuras con nuestra propia experiencia. Hay libros que leemos cuando queremos un consejo que nos ayude a enfrentar una situación nueva, y entonces analizamos con cuidado, a veces repitiendo en alta voz algunos párrafos, como para escuchar la voz del consejero a quien hemos acudido.
Por eso, leer la Biblia es todo un arte que vamos aprendiendo a medida que avanzamos en la vida cristiana. Durante un campamento en Canadá nos reunimos una tarde a la orilla de un lago para escuchar a un obrero estudiantil que había sido actor y que leyó todo el Evangelio de Marcos en forma corrida, de una sola sentada. Me causó un impacto tremendo y apliqué ese tipo de lectura en otras oportunidades. Durante una experiencia evangelística en Argentina, trepamos una montaña tucumana haciendo etapas para leer, trecho por trecho, todo el Evangelio de Marcos.
El estudio y la contemplación
A las personas demasiado apegadas al acercamiento lógico y lineal del estudio inductivo, la meditación o la contemplación les resulta difícil de aceptar. Yo he aprendido a gustar de ese estilo, que no se limita al tratamiento racional sino que presta atención al impacto de las palabras o de las historias en el nivel anímico más profundo.
Alguien que me ayudó mucho en mi peregrinaje por conocer a Dios y su Palabra fue Hans Bürki. De su trasfondo germánico, este buen hermano suizo traía cierto gusto por la meditación y la contemplación, a las que consideraba caminos de acceso a la Palabra tan válidos como la lógica del estudio inductivo. Cuando exponía un pasaje se movía, por así decirlo, en círculos concéntricos alrededor de un dicho o de una historia bíblica, acercándose lentamente al meollo del pasaje y, al mismo tiempo, confrontando nuestra interioridad a cada paso y motivándonos a la contemplación.
Escuché de él, por ejemplo, una rica meditación de 45 minutos sobre una sola línea del discurso de Jesús en referencia a Juan el Bautista: ‘Él era antorcha que ardía y alumbraba’ (Juan 5:35). Su reflexión sobre el discipulado se movió dentro de los polos de esos dos verbos: arder y alumbrar.
Creo que ambas formas de acercarse a la Palabra son válidas. Si comparo la verdad del pasaje con una estatua cubierta, creo que el método inductivo equivale a un lento descubrir del velo que la oculta, como si fuéramos develando, paso a paso, la cabeza, el pecho, el vientre, los muslos y los pies, deteniéndonos por momentos en cada etapa. En cambio, el método de la contemplación y meditación devela la estatua de golpe, para que una primera mirada a toda la obra nos impresione; después nos vamos acercando y alejando para tratar de percibir y comprender qué es lo que nos ha impresionado. A veces, cuando una verdad ha sido recién descubierta, no tratamos de comprender nada en ese momento sino que nos quedamos quietos, mudos, casi inmóviles, como ante un paisaje o una gran obra de arte, simplemente absorbiendo.
La voz del Espíritu Santo
En años más recientes estoy prestando atención a la cuestión de cómo el Espíritu Santo, que inspiró el texto, nos ayuda hoy a comprender y enseñar la Biblia. Me he puesto a pensar muchas veces que las cartas apostólicas a las iglesias eran una herramienta formativa para creyentes y comunidades que tenían una fe en Cristo, nueva, aun inmadura. Habían recibido la presencia del Espíritu y practicaban cierta imitación de Jesús en forma casi intuitiva. La enseñanza apostólica sobre la persona de Cristo, la correlación de su mensaje con el Antiguo Testamento, las consecuencias éticas de la fe y las respuestas pastorales no precedieron sino que siguieron a su experiencia de entregarse al Señor.
Hoy nos toca enseñar la Palabra y guiar en su comprensión en situaciones parecidas a las de aquellos cristianos. Nuestro desafío es ser humildes trasmisores del maravilloso mensaje de Dios.
2. Cómo preparo una exposición bíblica
Cuando preparo una exposición, lo primero que hago es decidir el libro o pasaje de la Biblia que expondré. Cuando recibo la invitación para exponer la Palabra a veces me asignan un pasaje. Otras veces hay un tema previamente elegido y yo debo proponer el material bíblico.
Es importante tratar de entender el contexto en el cual ofreceré mi estudio. ¿De qué personas se trata? ¿Hay situaciones particulares que han determinado el tema? ¿Han venido estudiándolo, o seguirán haciéndolo después de mi presentación?
Leer el texto más de una vez
Casi desde el momento de aceptar la invitación, el tema empieza a darme vueltas en la cabeza. En momentos libres, durante lecturas, o mientras escucho a otros predicadores empiezo a repasar el material bíblico.
Leo repetidas veces el libro o pasaje elegido para empaparme del material, sentirle el gusto. Procuro entender el pasaje antes de recurrir a comentarios o manuales. Sin embargo, con los años, uno tiene que reconocer humildemente que la memoria guarda ideas y materiales recibidos de otras personas, oralmente o mediante lecturas, y que estos afloran cuando empezamos a considerar un pasaje bíblico.
Esta lectura inicial es clave. A veces he leído tres o cuatro veces todo un libro, antes de bosquejar las exposiciones. Hago esta lectura inicial en diversas versiones, pero me gusta en especial la Versión Popular; ahora tenemos la Nueva Versión Internacional, que es ideal para el estudio. Para quien sabe griego y hebreo, la lectura en las lenguas originales ayuda mucho más. Como no soy experto, en este punto hago uso de las notas textuales de algunas versiones y de la versión interlinear, que ofrece el texto griego con una traducción literal.
Buscar la clave
A veces, en esta etapa inicial ya puedo visualizar el esquema de lo que va a ser mi exposición. Otras veces, demora en llegar. Un buen bosquejo es importantísimo, tanto para ser fieles al contenido de un pasaje como para exponer con claridad y para que sea fácil de recordar para los oyentes.
Como la clave para el bosquejo me puede venir en cualquier momento, trato siempre de tener a la mano una libreta o unas tarjetas para anotar las ideas, para que no se me escapen.
Consultar referencias
Viene luego la consulta de otros materiales. Busco respuesta a problemas planteados por textos difíciles, datos sobre el contexto histórico o cultural, personajes o lugares desconocidos, temas teológicos o doctrinales. El Nuevo Diccionario Bíblico, de Certeza, es una herramienta muy valiosa.
Los diccionarios y comentarios bíblicos orientan sobre el sentido en que se usan determinadas palabras, cuestiones lingüísticas y gramaticales, sutilezas del pasaje e interpretaciones que se han dado a lo largo de la historia cristiana.
Todo este material ayuda a comprender mejor el texto. La información adicional sirve también para amenizar la exposición. Trato de ser honesto al exponer un pasaje, y no evitar los puntos difíciles que se prestan a la controversia. Para ello es indispensable el estudio.
Elaborar el bosquejo
Una vez que yo mismo he comprendido el pasaje, que he sentido de nuevo o por primera vez la fuerza de su significado, ya tengo el alimento que voy a procurar compartir.
Un factor importantísimo es que me tiene que haber tocado y entusiasmado a mí primero, para poder comunicarlo a otros con entusiasmo. Por eso son importantes la oración y la meditación; el esfuerzo y la revisión de vida nos ayudan a tener presente lo difícil que es practicar la Palabra, aun cuando se la entiende.
Finalmente viene la tarea de arreglar y disponer el material de manera que resulte atractivo y nutritivo. Procuro que los títulos y subtítulos sean interesantes y que tengan cierta uniformidad, cierta armonía, porque eso ayuda a captar y a recordar. Es importante que haya un hilo conductor claro, un desarrollo del pensamiento. Estoy convencido de que esta búsqueda de coherencia, claridad y belleza formal es muy importante, casi tan importante como el cuidado de que lo que trasmitimos sea verdad bíblica y no simplemente elocuencia o invención humana.
Escuchar a los hijos
Un especial desafío al que tuve que responder fue el ministerio de la Palabra dentro de mi propia familia. Cuando con mi esposa Lilly y mis hijos empezamos a dedicar tiempo específico a leer historias bíblicas en familia, las preguntas sencillas y honestas de los chicos nos desarmaban muchas veces. Había parábolas que no les gustaban porque le parecían injustas, como aquella del huésped al que sacaron del banquete porque no tenía ropa apropiada. Pero también había historias que los entusiasmaban y nos hacían terminar de rodillas, agradecidos a Dios.
Cuando llegó la adolescencia de mis hijos y podíamos discutir mis sermones alrededor de la mesa, aprendí muchas lecciones de humildad y de dependencia de Dios para lo desconocido o difícil. Y más de una vez me vi obligado a redoblar mi estudio.
Necesitamos esperar y escuchar las preguntas de nuestros hijos, discípulos y oyentes si realmente queremos ser un canal eficaz de lo que Dios quiere decirnos hoy.
La Palabra viva
Hoy estamos sintiendo los efectos de lo que se llama posmodernidad. Uno de ellos, que observo en el ámbito urbano de clase media y entre universitarios, es el rechazo a la extrema racionalidad de la cultura ‘moderna’, y la afirmación, como reacción, del sentimiento y la intuición como caminos nuevos de conocimiento.
Hay quienes perciben al estudio y a la exposición bíblica como hijos de la modernidad y por ello inservibles para nuestra época. Esto hay que pensarlo despacio y con cuidado. Creo que, junto con el valor que tiene el análisis del texto, tenemos que reconocer la importancia de la síntesis al escuchar y entender el texto. Junto con el esfuerzo por la comprensión lógica, es bueno aprovechar lo que la contemplación y la meditación agregan, como valiosas vías de acercamiento al Dios que nos habla en la Biblia.
La cultura está regresando a una fase más oral que escrita; la narrativa, como forma de comunicación, ha adquirido gran importancia. Para quien se nutre de la Biblia y quiere enseñarla hay aquí una oportunidad hermosa. La Biblia es en realidad una maravillosa narración compuesta de una gran cantidad de pequeñas historias. Tiene que poder comunicarse así. Hay que aprender a narrar otra vez. Pero no vamos a presentar historias fantásticas o mitos paganos, por muy interesantes que estos sean. La única historia que le da pleno sentido al universo y a nuestra historia humana es la historia de Jesús.
Para conocerla hemos de oírla, hemos de considerarla y nutrirnos de ella día tras día, con horizontes nuevos siempre. Ello demanda oído atento, mente alerta, imaginación dispuesta, lápiz y papel (lap-top, si quieren y pueden), rodillas de oración, método de estudio, tiempo y trabajo. Y sobre todo, disposición a obedecer. No hay otra forma de conocerla a fin de que podamos entonces narrarla nosotros también.
Todo debe llevarnos al momento crucial cuando sentimos que la Palabra nos posee, nos ha interpelado a nosotros, nos ha juzgado o consolado, porque estamos escuchando la voz de Dios y del Señor Jesucristo, quien es el centro de la Palabra. Entonces sentimos una verdad que nos quema, y que, aunque nos sabemos indignos del honor de ser portadores de ella, no podemos callar.
3. Exposición bíblica Pedro: la palabra del pastor
Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente. Tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que, después de mi partida, vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas. No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad, pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: ‘Este es mi hijo amado, en el cual tengo complacencia.’ Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. Pero ante todo entended, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. 2 Pedro 1:12–21
La intención pastoral
Las cartas de Pedro se caracterizan por una teología muy rica de la Palabra de Dios. En Juan 6:68, Pedro se dirige a Jesús diciéndole: ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.’ En la misma manera, la teología de Pedro siempre comienza con confesión, con alabanza o con el reconocimiento de la grandeza de Dios.
En su primera epístola, Pedro hace un comentario muy profundo: ‘Pues habéis renacido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre’ (1 Pedro 1:23). La Palabra de Dios es una palabra creadora, es una revelación que produce vida. La iglesia es el resultado de la Palabra de Dios; no es la iglesia quien produjo la Palabra. El apóstol enseña que hacer teología no es un fin en sí mismo, sino que guarda una intención pastoral.
En 2 Pedro 1:3–4, nos muestra a las Escrituras como fundamento de una vida de continuo desarrollo y progreso en virtudes espirituales:
Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia; por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina.
El pasaje de 2 Pedro 1:12–21 puede dividirse en tres secciones:
1. El carácter de la palabra pastoral (versículos 12–15).
2. El origen de la palabra pastoral (versículos 16–18).
3. La palabra profética como contexto de la Palabra encarnada (versículos 19–21).
El carácter de la palabra pastoral
Básicamente, la palabra pastoral es un recordatorio. ‘Por esto, yo no dejaré de recordaros…’ (versículos 12–13). ‘También yo procuraré con diligencia que, después de mi partida, vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas’ (versículo 15). La palabra pastoral es aquella que nos ayuda a recordar, nos refresca la memoria. No dice muchas cosas nuevas, más bien nos recuerda aquello que sabemos y que tal vez hemos olvidado.
En el Antiguo Testamento encontramos el mismo ‘formato’. En Deuteronomio, se le hace recordar constantemente a la gente lo que ha dicho Jehová, para que no lo olviden. Se les advierte repetidamente que no deben olvidar el pacto hecho con Dios. La palabra pastoral nos hace recordar las verdades básicas, esas cosas esenciales acerca de las cuales Pedro está hablando.
Este acercamiento pastoral tiene también una dimensión muy personal. ‘Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado’ (versículos 13–14).
A Pedro no le molesta hablar en forma personal. Está tan ansioso de hacerlo que nos hace prestar atención al hecho de que es una persona de edad avanzada. La palabra pastoral es siempre muy personal. El respeto y afecto que Pedro inspira a sus oyentes es la base de su argumento. ‘Por favor, escucha lo que te digo porque son las palabras de un padre que se va y desea asegurarse de lo que ocurrirá con sus hijos.’ Esta misma nota personal caracteriza los discursos de Jesús a sus discípulos, en el Evangelio de Juan.
Este íntimo tono personal de la palabra pastoral es muy importante. En América Latina hay una necesidad desesperada por escuchar un mensaje comunicado en una forma personal y cariñosa. Tenemos una crisis en nuestras iglesias; se organizan congresos evangelísticos con prestigiosos ministros de la Palabra, pero faltan hombres y mujeres con don pastoral. Para predicar la Palabra en una forma personal es necesario mirar a las caras de aquellas personas que nos están escuchando, tratar de conocer sus problemas y necesidades. Por supuesto, esto no se puede hacer cuando tenemos a cientos de personas en un auditorio. Necesitamos ser creativos para comunicar las mismas verdades básicas que Pedro nos recuerda, en una forma nueva y original. Esto es lo que hacía Jesús en sus parábolas; él comunicaba el mismo mensaje de manera creativa, desde diferentes ángulos y con diferentes ilustraciones.
El origen de la palabra pastoral
No hemos seguido fábulas artificiosas, afirma el apóstol, sino aquello que hemos visto con nuestros propios ojos (versículo 16). En esto nos recuerda a Juan, al comienzo de su Evangelio: Somos testigos, les decimos lo que hemos visto y oído; no estamos hablando a partir de nuestra fantasía literaria o nuestro genio teológico.
La palabra pastoral de Pedro proviene de su propia experiencia con Cristo Jesús; por eso puede decir que todo lo que necesitamos para la vida y la santidad viene a través de Jesús, por su propia gloria y bondad (2 Pedro 1:3). Pedro es simplemente un testigo de Jesucristo, el Hijo de Dios, que vino a vivir entre los seres humanos. Jesús, la Palabra encarnada, es el origen de la palabra pastoral.
En la revelación de Jesús durante la experiencia de la transfiguración, su majestad y su poder fueron puestos de manifiesto por Dios, quien le rindió honor y gloria (2 Pedro 1:17–18). Es a partir de estas experiencias, de vivir y compartir con Jesucristo que Pedro desarrolla su palabra pastoral. Jesucristo es Señor y Salvador porque el Padre mismo lo atestigua.
Me parece que esta experiencia de la transfiguración tiene mucho que contribuir a nuestra reflexión acerca de la palabra pastoral. Los discípulos vieron en el monte una visión de Jesús, Elías y Moisés. Moisés representa la Ley, en el Antiguo Testamento; representa a un Dios que nos habla, con la palabra como una señal; a un Dios que nos habla de nuestro origen y nos dice cuál era su plan creador; a un Dios que nos habla con la palabra del Pacto, mostrándonos su plan de salvación y redención para el mundo. Por eso, Jesús dice que cuando se predica la Palabra desde la silla de Moisés hay que escuchar atentamente, porque lo que se dice es muy importante. Hoy hay una profunda necesidad de un ministerio basado en las Escrituras como una unidad.
Recientemente, se han desarrollado escuelas teológicas como la antigua de Marción, que eliminan de la predicación el Antiguo Testamento por considerar que no es pertinente para nuestros días. En tiempos así, tenemos que continuar escuchando y predicando la Palabra de Dios que nos fue dada a través de Moisés. Estamos en una época en que los hombres y mujeres se encuentran desorientados, parecen carecer de identidad. No entienden cuál es el propósito para el cual Dios nos ha creado. Por esta razón, tenemos que continuar predicando el evangelio. Y no es posible presentar el evangelio y la gracia de Dios sin hablar de la ley dada por medio de Moisés.
El otro personaje presente durante la transfiguración fue Elías. Elías representa el mensaje profético del Antiguo Testamento. La palabra del profeta era la palabra de juicio, palabra de advertencia, de llamado al arrepentimiento y de esperanza. La palabra profética también necesita ser escuchada hoy, porque tenemos a un Dios que juzga. Cuando Pedro presentó el evangelio a Cornelio, nos dejó un buen ejemplo del uso de la palabra profética: una parte de su mensaje es que este Jesús Salvador vendrá luego como juez de los vivos y de los muertos. Es necesario que esta palabra profética se escuche también hoy. Dios nos llama a ser evangelistas y también profetas. Es preciso dar a conocer la palabra profética en un mundo que parece ignorar que Dios ama la justicia y no tolera la injusticia, y que él juzgará las acciones de los seres humanos.
No sólo tenemos a Elías y a Moisés en la transfiguración, sino también a Jesús. Él es la Palabra de Dios encarnada, el cumplimiento de la ley; Jesús es el designio de Dios hecho realidad. Pero Jesús también es un profeta del linaje de Amós, Isaías, Jeremías y Elías. Jesús es un profeta de verdad, un hombre de gran coraje que nos trajo el evangelio de Dios. Esto fue lo que Pedro atestiguó. El origen de la palabra pastoral de Pedro, entonces, está en esta visión de un Dios que nos ha hablado por medio de Moisés, de Elías y de Jesús mismo.
La proclamación y el trabajo pastoral tienen que estar fundamentados en la experiencia de la encarnación. Pedro dice: ‘Nosotros no hemos inventado esto, esto es lo que vimos’, o como diría Juan, ‘lo que tocamos’: Dios se hizo hombre. Dios vino para estar entre nosotros, él puede ser nuestro Pastor porque conoce nuestra condición humana.
El movimiento del Pacto de Lausana, de 1974, tiene este énfasis: la necesidad de que el evangelista se encarne en la realidad de lo que se predica.
El contexto de la Palabra encarnada
En los versículos 19 a 21 el apóstol afirma que el origen de la Palabra no es humano: el profeta no habló por sí, habló siendo inspirado por el Espíritu Santo. En el siguiente capítulo de la carta hay una advertencia contra los falsos profetas, aquellos que no hablaron por el Espíritu Santo sino que dieron su propia interpretación a los mensajes.
Pedro sitúa la atención en la persona de Jesucristo, y luego continúa hablando sobre la palabra profética que vino antes que él. No podemos hablar sobre la persona de Jesucristo sin considerar las palabras proféticas que le precedieron. Esto es lo que Pedro escribe en su primera epístola. Pedro relaciona los sufrimientos de Cristo con las necesidades personales de la gente, pero también con lo dicho a través de los profetas. La Palabra encarnada, entonces, sólo se puede comprender conociendo la palabra profética que la precedió, y la palabra apostólica que la explica.
En mis años de ministerio, muchas veces he tenido que aconsejar a jóvenes acerca de asuntos sexuales. Algunas veces, para ellos y ellas es difícil hablar del asunto. Se necesita generar confianza para que, llegado el momento, en una forma personal podamos hablar sobre sus necesidades y problemas en esta área. Paul Little, el gran evangelista, solía decir que uno no puede decir directamente a una persona que tiene mal aliento; primero tiene que ganarse su confianza, y sólo entonces puede sugerirle que su aliento no es bueno. Lo mismo sucede en el terreno espiritual. ¿Cómo podemos hablar acerca de una situación particular de pecado sin tener por lo menos algo de confianza o relación personal? El trabajo pastoral tiene que tener esta cualidad y realizarse en una atmósfera personal.
Sin embargo, también he encontrado que no puedo hablar con los jóvenes acerca del sexo sin hablar acerca de Dios, el Creador, quien hizo el sexo. Así es que tengo que remontarme a Moisés, porque no puedo dar una enseñanza sobre el sexo sin un claro entendimiento del misterio y la tremenda realidad de la creación. Tampoco puedo dar una enseñanza sobre el sexo sin una referencia a la majestad de Cristo y la clase de vida que él vivió y a la cual nos está llamando —una vida santa, una vida disciplinada. Además, también es necesario hablar del sexo con un sentido escatológico, porque tengo que considerar mis luchas presentes y las tentaciones a las que estoy expuesto a la luz del propósito de Dios para mí, para la humanidad, para la historia. Por supuesto, cuando hablo con jóvenes acerca de sus problemas no voy a hablar acerca de Moisés, la ley, escatología, cristología y todo esto. Es allí donde se requiere creatividad e iniciativa para traducir esta teología tan profunda en palabras que puedan ser comprendidas en un lenguaje sencillo.
Que el Señor nos ayude para que podamos confesar verdaderamente, como Pedro: ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.’[1]
[1] John Stott, Jorge Atiencia, y Samuel Escobar, Así leo la Biblia: Cómo se forman maestros de la Palabra, ed. Adriana Powell, 1a edición (Barcelona;Buenos Aires;La Paz: Certeza Unida, 1999).