Leonor Rojas

 

Recientemente acabo de terminar la lectura del libro Testamento de Devoción de Thomas Kelly, podría decir tantas cosas de este maravilloso libro, testamento que nos heredó Thomas y que ahora lo cito porque me gustaría compartir uno de mis aprendizajes vivenciales recientemente a raíz de su lectura, sobre todo en algo que de otra manera no lo habría compartido si no viniera al caso.

Hace algunas semanas me estaba sintiendo algo incómoda y hasta cierto punto frustrada por realizar algunas actividades del hogar repetidamente; la comida que había preparado ese día, no había recibido las altas calificaciones esperadas por parte de los comensales en la mesa, así que sin darme cuenta, mis pensamientos dominados por mi ego, asaltaron mi mente y en minutos ya estaba diciéndome pues claro, esto no es lo mío, lo mío es hacer cosas más intelectuales que estar cocinando todos los días y luego que sigue lavar los platos…y esto en qué aporta a la humanidad; obviamente no me sentí bien, entonces reflexioné y dije hay algo que no anda bien por aquí, quizá lo que pasa es que me hace falta hacer más ejercicio, aumentaré mis clases de yoga, debo respirar y mantener la calma, también debe ser el calor extremo y húmedo, en fin; entonces Dan, que es un extraordinario esposo, papá y además excelente cocinero se dio cuenta de mis batallas internas y sin preguntarme, él espontáneamente empezó a cocinar con más frecuencia; mis hijas unas hermosas chicas en etapa adolescente, tuvieron el gran tino de hacer los comentarios precisos, no dejaron de felicitarlo durante la comida por la exquisitez y delicioso deleite al paladar con el que él contribuía ahora; entonces nuevamente mi ego me asaltó rápidamente, me dije… ¿cómo es posible?, tú que haces tantas cosas y no eres reconocida ni adulada por ese par de hijas ingratas por las que has dado la vida, bueno exagero mis palabras anteriores, pero reconozco nuevamente esa sensación de incomodidad interna que me decía que algo había que revisar internamente.

Justo en estas semanas coincidió que estaba leyendo el libro Testamento de Devoción de Thomas Kelly, quién da crédito y hace referencia a lo largo de sus capítulos a otros textos, personas o comunidades que influyeron también en él para escribir ese libro; debo reconocer también que me gusta revisar las referencias de los autores y ese día fue el turno del Hermano Lorenzo, para mi buena suerte, sus cartas y conversaciones se encuentran en audio y pensé que podría aprovechar para hacer varias actividades a la vez como cocinar y escuchar “La Práctica de la Presencia de Dios”,  que son cuatro conversaciones y quince cartas, muchas de las cuales fueron escritas a una monja amiga del Hermano Lorenzo; y justo en la segunda conversación que él le escribe a su amiga la monja, escuche el audiolibro claramente los siguiente:

De la misma manera cumplía con su trabajo en la cocina (al cual por naturaleza tenía una gran aversión), donde se había acostumbrado a hacer todo por amor a Dios. Durante los quince años que había estado trabajando en la cocina, todo le había resultado fácil porque lo hacía con oración y movido por la gracia de Dios.” Estaba muy feliz con el puesto que ocupaba ahora, pero que estaba listo a volver a lo anterior, debido a que siempre estaba agradando a Dios en cualquier condición, haciendo las cosas pequeñas por amor a Él.

Imaginen que estoy en la cocina picando zanahorias y papas, y sorprendida por el mensaje que estaba escuchando en su cuarta conversación resonando de la siguiente forma:

“Nuestra santificación no depende de un cambio de actividades, sino de hacer para la gloria de Dios todo aquello que comúnmente hacemos para nosotros mismos. Pensaba que era lamentable ver como mucha gente confundía los medios con el fin, dedicándose a hacer ciertas cosas que hacían muy imperfectamente debido a sus consideraciones humanas o egoístas. El método más excelente que había encontrado para ir a Dios era el de hacer las cosas más comunes sin tratar de agradar a los hombres sino puramente por amor a Dios”.

“Cuando no tenemos otro propósito en la vida excepto el de agradarle, Dios siempre nos da luz en nuestras dudas”. Y eso estaba haciendo Dios conmigo aclarando mis dudas, no hay actividad o trabajo insignificante en lo que hacemos cada día.

“No debemos cansarnos de hacer las cosas pequeñas por amor a Dios, porque Él no toma en cuenta lo grande de la obra sino el amor con que la hacemos”.

Comparto gratamente esto con ustedes, esperando y orando para que, Dios nos conceda la gracia de continuar en su presencia en cada cosa que hacemos desde nuestro amanecer al anochecer con profundo amor.