Carlos Preciado
“Cuando ellos se llevaban a Jesús, sucedió que un hombre llamado Simón, que era de Cirene, venía del campo. Los soldados lo agarraron, pusieron la cruz sobre él y lo obligaron a cargarla detrás de Jesús. Una gran multitud lo seguía, incluidas muchas mujeres que lloraban desconsoladas. Entonces Jesús se dio la vuelta y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Pues vienen días cuando dirán: “¡Dichosas las mujeres que no tienen hijos, los vientres que no dieron a luz y los pechos que no amamantaron!”. La gente suplicará a los montes: “¡Caigan sobre nosotros!” y rogará a las colinas: “¡Entiérrenos!”. Pues, si estas cosas suceden cuando el árbol está verde, ¿qué pasará cuando esté seco? ».”
Lucas 23:26-31
Esta mañana cuando tomábamos un café Mari y yo, después del desayuno, ella me comentaba lo que había vivido el día anterior. Me compartió de su clase de mujeres que había dado a un grupo de damas de la tercera edad. Una de ellas, se había conmovido mucho y le decía, que ella a cada rato le pedía perdón a Dios y le daba gracias por su amor; otra de ellas sin embargo que ha estado asistiendo a los estudios ya por casi siete años, aun cuando tiene muchas evidencias de como Dios la ama, ella percibe a Dios como un Dios ausente.
Después Mari, me seguía contando una conversación muy interesante que tuvo con una hermanita de Colombia, que se acaba de entregar al Señor hace unos meses. Ella le platicó que había hablado con otra hermana, que conocemos hace mas de quince años, pero que recientemente volvimos a ver. Ella con un tono de queja y dolor, le decía, que se le había muerto su perro y esa semana después de mucho tiempo nos volvió a ver a Mari y a mí afuera de un supermercado. Su hijo había caído en coma, esa semana también. Unos días después, su esposo murió mientras ella preparaba el desayuno y dos semanas después su mamá murió en Puerto Rico. Y ahora la señora que ella estaba cuidando, se estaba muriendo también. Ella angustiada, se preguntaba a dónde iría ahora, pues ella nunca había trabajado y ya tiene mas de sesenta años.
Nuestra nueva hermana, le contestó: “Usted es bendecida por Dios, pues, aunque nunca ha trabajado, siempre Dios ha provisto por usted. Usted tuvo marido, que velaba por usted; usted tiene hijas casadas, nietos que están en la universidad y una amorosa familia en la fe. Yo por mi parte, estoy embarazada, vivo en un cuarto a donde apenas cabe mi cama, el hombre con el que vivo no es mi esposo; además, estoy en un país donde no puedo trabajar, no sé el idioma, pero, aunque tengo todo eso en mi contra, me aferro y confío en el Dios, al que sirvo”.
La otra hermana muy sorprendida, le contestó: “Pero, tú siempre estás sonriendo, y sirviendo y animando a los demás. Nunca me hubiera imaginado que estuvieras en esa situación. Tienes razón, tengo que cambiar mi actitud, pues yo también soy de Jesús y con Él nunca me ha faltado nada”.
Creo en lo personal, que a veces vivimos un cristianismo forzado y olvidamos que el que realmente sufrió y pago por nuestro castigo fue Jesús. Miramos sólo nuestros intereses, y perdemos el enfoque y la razón para la cual estamos aquí. La vida y la muerte van de la mano. Uno sabe cuando nació, pero no sabe cuando morirá y lo que realmente importa es lo que hay en medio de esas dos fechas.
Simón fue obligado a cargar esa cruz, y a veces pienso que muchos de nosotros vivimos nuestro cristianismo obligados, porque pensamos que no nos queda de otra. Porque la ley lo requiere, hacemos lo que hacemos.
Pero ciertamente, esa no es la vida abundante que Cristo prometió. Y por eso Él dijo, que no lloráramos por Él. Él sabía lo que estaba haciendo por amor a nosotros, y sabía que ese sufrimiento que tenía era momentáneo. Jesús resucitó, y al hacerlo nos invitó a que cargáramos nuestra propia cruz. La cruz que nos recuerda que Él la cargó primero por nosotros, y por lo tanto no es tan pesada. Mas bien nos libera de una carga, que solo Él podía llevar. Y al hacerlo, nos dio una vida con propósitos eternos.