Generalmente, copias personales de las sagradas escrituras no estuvieron disponibles en casas hebreas, tampoco en las celdas de los monásticos. Quizás debido a esta escasez o posiblemente debido al analfabetismo de la población, las comunidades cristianas se reunían para leer la palabra de Dios juntos. En la lectura de las escrituras de esta manera, se les anima a escuchar con el corazón, dejando que la palabra se hondee en lo profundo, penetrando ambas mente y corazón.

 

Lo que me encanta del Lectio Divina es que puede ser una gran manera de practicar la oración en grupo a través de la lectura comunitaria de la palabra. De esta manera, podemos leer un pasaje en voz alta, y luego practicar el silencio en grupo – permitiendo que cada oyente saboree lo que ella o él ha oído, prestando atención especial a cualquier palabra que parece atraerles. Entonces podemos invitar a la gente a leer el pasaje de nuevo y compartir sus reflexiones y meditaciones individuales.

 

De esta manera empezamos “orar las Escrituras.” Es muy diferente que el estudio de las Escrituras, en la que diseccionamos un texto para discernir su significado. En Lectio Divina, el texto de la Biblia nos está estudiando a nosotros.

 

Cómo practicar el Lectio Divina

 

1. Elige un pasaje. Comience con silencio breve y una oración. Pide que el Espíritu te guie a través de un breve pasaje de la escritura (tal vez 3 o 4 versículos, una breve historia, o una pequeña parte de una narrativa más grande.

 

2. Primera lectura. Lea el pasaje lentamente, a propósito, y metódicamente. Haga una pausa entre cada cláusula (por ejemplo, “El amor es paciente” (pausa) “El amor es bondadoso” (pausa) … Después de terminar la primera lectura, siéntense en silencio, escuchando por unos momentos.

 

3. Segunda lectura. Lee el texto de nuevo, lentamente, haciendo una pausa entre las frases. Pero esta vez, considere si hay una palabra o frase que capta tu atención – una que resalte de la hoja. Después de terminar la segunda lectura, siéntate en silencio un minuto o dos.

 

4. Medita la Palabra. Reflexiona por un tiempo en la frase que capte tu atención. Permite que las palabras se mezclen con tus recuerdos e interactúan con tus pensamientos. Pregunta: ¿Qué quiere decirme Dios de una forma específica?

 

5. Ore la Palabra. Cambia la palabra que Dios te da en una oración o un paso de acción. Pregúntate a ti mismo y a Dios, ¿Qué quieres que yo haga como resultado de la palabra que me has dado? Tal vez te sientes desafiado a amar a Dios de manera diferente, o aceptar algún aspecto de lo que eres, o que debes hacer algo para servir a alguien que conoces, o comenzar a estar más atento a algún aspecto de tu carácter. Da gracias a Dios por la palabra que te ha dado.